Los recuerdos son la primera ficción a la que asistimos. Imágenes, olores, sonidos arrancados de cintas con estática, tensiones de la piel; impulsos eléctricos que se decodifican y luego codifican en paisajes capaces de ser configurados en la maquinaria del lenguaje. ¿Podrá ser la poesía entonces, un objeto desconocido, un artefacto lingüístico orbitando al ritmo de las leyes del extrañamiento? ¿Puede acaso construir un recuerdo de lo deshabitado, lo desconocido? La respuesta jamás podría ser unívoca, pero me permito aquí el riesgo de discurrir bajo los efectos del asombro ante el descubrimiento de una verdad amorfa y mutante: la poesía de Rita Gonzalez Hesaynes se despliega como una garra alada que clava sus uñas en el velo de lo real, que provoca una herida fundamental en el tiempo, donde las cronologías se cruzan, se metamorfosean, se comen unas a otras.
La voz poética de En la gran existencia, conjura las horas y los disfraces, los amuletos y las maldiciones, se desliza como Hermes entre lo vivo, lo muerto y lo undead, hace fallar las categorías y las geografías; provoca el accidente tempestuoso de desafiar a la materia, esa certeza de finitud, para nombrar entre temblores la arquitectura de la experiencia de lo imposible: tener otros cuerpos, atravesar las noches en gusanos de tiempo, amanecer entre los sepultados, formular las últimas preguntas en los labios que se cierran.
Rita atraviesa los pasillos de la memoria, levanta con un gesto las llaves que encienden la máquina poderosa del lenguaje, el artefacto extraño de la poesía que hace surcos donde antes había tierra yerta, canales donde se precipitan mundos invisibles, moléculas de energía en estado latente esperando el momento exacto para iluminar el vacío que a oscuras ya existía.

Autora: Rita Gonzalez Hesaynes | Editorial: Años Luz