¿De qué se trata en realidad, esta necesidad de compararlo todo,
de hacer que cada cosa se parezca a otra cosa, de abrirse paso a fuerza de metáforas]
hacia un tipo de calma que no sea parecida a un andamio construido alrededor del aire, sino concretamente eso?]
Me senté en una iglesia en Masaya, Nicaragua, mientras caía la tarde,
elegí el banco por la forma en que la luz bañaba el suelo, filtrándose a través]
de los vitrales con reflejos rojos.
Pensaba, al observarla, que esa luz se parecía un poco a una mancha de sangre]
que se fuera extendiendo sobre algo blando y luego se la dejara al sol; quizá se pareciera más]
al jugo de sandía derramado sobre sábanas blancas. Pero al final,
honestamente, se parecía más a una luz roja reflejada en el suelo de una iglesia en Masaya, Nicaragua,]
mientras caía la tarde. Y te pido perdón por apartar esa luz de sí misma,]
por anunciarte que esta noche la luna es más delgada que una moneda sumergida en agua,]
por decirte que cuando te reís te parecés a un fósforo al momento de encenderse.]
Yo, si pudiera, viviría de un fogonazo cegador a otro,
si aquello no entrañara alguna forma de desesperanza, un debilitamiento
de la fe, si es que puedo tomar prestada esa metáfora; un desarmarnos a nosotros mismos como un rompecabezas,]
junto con cada vínculo que establecemos y pedimos; la plenitud, sin duda,]
es algo secundario y más penoso. Puesto que cada vez que respiramos
es en verdad igual a la vez anterior; caso contrario, tengo que creer
que eso que se transmite, se comparte, o al menos se recuerda, es hacia dónde va esa respiración,]
por qué sucede, por qué la necesito; es todo, todo lo demás.
Autora: Robin Myers | Editorial: Zindo&Gafuri