En Matar a los testigos, Mirta Ovsejevich se las ingenia para amalgamar once historias cargadas de un humor irónico contundente, en un equilibrio difícil de lograr para un primer libro de cuentos.
Desde el arranque, con “El fantasma”, donde se narra la convivencia de una mujer con la construcción etérea del deseo que siente por su jardinero (un ser que la aplasta y al que, está convencida, debe asesinar) se le suceden otras situaciones tanto o más delirantes. Algunas, incluso, rayan el límite de lo absurdo.
Mirta Ovsejivich nos lleva a lugares insospechados. En “Georgina”, asistimos a un pueblo de la provincia de Buenos Aires, junto a un grupo de amigas que buscan la verdad acerca de la muerte de una de ellas, donde la sospecha termina convirtiéndose en el desmenuzamiento casi radiográfico de un asesinato encubierto. En “Quiero morir vestido”, nos lleva en un viaje en colectivo que detona el reencuentro casual entre una mujer madura y un viejo amor y reavivar su deseo irrefrenable de venganza. O en “Freezer nuevo”, donde recorremos las grandes casas de electrodomésticos en una crónica casi ridícula de la compra de una heladera.
La mayoría de las historias quedan abiertas. No hay una resolución para las situaciones que se proponen, sino la oportunidad de que el lector las complete. Como en “Mili”, uno de los cuentos que más me gustó, donde un hombre ahonda en la actitud extraña de la hija de su amante, para corroborar que la niña no sólo es rara sino que atesora un souvenir escalofriante. Sin embargo, lo que este hombre decide hacer en relación a su descubrimiento es aún más terrorífico que la propia actitud de la niña.
Los personajes de Matar a los testigos son extraños o perturbados, arrastran al lector, lo involucran sin pudor en sus pequeños mundos. Sin embargo, al mismo tiempo que abren la puerta para que se asome, también lo dejan afuera. En “No soy un soberbio”, un profesor cuarentón asume que las relaciones extramaritales son necesarias, casi terapéuticas (al menos para él), pero las considera molestas cuando las mujeres con quienes se relaciona deciden cruzar los límites (sus límites, claro). En “Matar a los testigos”, cuento que cierra el libro y el sentido del conjunto de relatos, una mujer narra su relación con una amiga posesiva, utilitaria, donde la necesidad de que el otro reafirme lo propio lleva a colmar de toxicidad su amistad, para finalmente obligarla a separarse, casi con la misma actitud soberbia de aquella a la que criticaba.
Mirta Osejevich ha logrado un libro de cuentos de munición pesada, interesante, sarcástico, lo suficientemente cargado como para matar a sus testigos.
Autora: Mirta Ovsejevich | Editorial: Kintsugi
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