Este testigo modesto feminista y antirracista, aún en gestación, necesitará cultivar una virtud: la reflexividad, un elemento indispensable a la hora de construir una “objetividad fuerte”. Esta objetividad –que Haraway retoma de la filósofa feminista Sandra Harding– requiere de métodos para examinar sistemáticamente todos los valores que conforman un proceso de investigación determinado, no solamente aquellos por los que difieren los miembros de una comunidad científica. Por otra parte, la elección del final del Segundo Milenio cristiano para localizar a su testigo modesto no es una mera coincidencia con el momento en que fue escrito el libro –que ya lleva su década larga de vida, pero que tardó algunos años en ser traducido al castellano y otros tantos en llegar, recientemente, con cuentagotas a nuestro país–. Haraway señala que las figuraciones cristianas todavía modelan gran parte del sentido tecnocientífico de la historia y el progreso. “Desde una perspectiva milenaria, las cosas siempre están empeorando –afirma irónica y blasfema, como casi siempre–. La evidencia de la decadencia es estimulante y movilizadora. De manera extraña, creer en el desastre anticipado es en realidad parte de la confianza en la salvación, llegue ésta a través de las revelaciones profanas, revoluciones, dramáticos avances científicos o éxtasis religiosos. Por ejemplo, para activistas de la ciencia radical como yo, la mercantilización capitalista del baile de la vida avanza siempre de forma amenazadora. Siempre hay evidencia de dominaciones tecnocientíficas cada vez más desagradables. Siempre hay una emergencia a mano, reclamando la necesidad de políticas transformadoras.”
Autora Donna J. Haraway| Editorial: Rara Avis
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